Un día despertó, miró a su alrededor.....nadie.
La ocaso llenaba su cuarto y pintaba los muebles color ocre. El aplastante espacio oprimía su cuerpo. Recargado sobre su brazo se dio cuenta que lo único que alcanzaba a distinguirse, lo único que le acompañaba era ese gran hoyo negro en su pecho.
Qué ironía, aquel al que siempre había culpado del dolor agudo que aparecía con cada uno de sus fracasos, con cada pena, con cada rechazo, ahora era el único que se encontraba con él. Es más, se dio cuenta de que en realidad nadie entendía esos dolores, esos momentos, que nadie los había vivido con él y a la larga todos habían desaparecido; todos excepto él, su hoyo, su acompañante eterno, su sino.
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