martes, 29 de enero de 2008

Noche romántica de un inspector de la Secretaría de ...

Llega a casa, atraviesa el comedor y saluda con una leve inclinación de cabeza a sus hijos que están en el sillón, se acerca rápidamente y pide un informe bruto de los acontecimientos del día. Agradece afanosamente y les estrecha la mano en señal de buenas noches.
Sube a su cuarto, pasa al vestidor donde una a una se quita las prendas que le cubren: Su trajecito verde pasado de moda, la corbata de nylon a rayas amarillas y verdes que tan bien hace juego con este último; y la camisa, de color amarillo , claro está.
Igual una a una, se pone las dos piezas que forman su pijama. Camina hacia la cama donde su esposa le espera viendo la tele , y a cada paso, por los hoyos de su ropa asoman los bellos de su barriga.
Se detiene con expresión solemne en el marco de la puerta, acaricia los pelos canosos de sus patillas y comienza su discurso:

"Estimada mujercita:
Primeramente, le otorgo mis más calurosos saludos. Respetuosamente le informo que mis necesidades biológicas, instigadas por mi entorno socio-cultural me solicitan la rápida y urgente práctica de una actividad que fomente el desarrollo y uso de mis facultades lúbricas.
Por lo anterior, se le insta asistirme con su entusiasta participación para el inmediato cumplimiento de esta tarea.
De antemano le agradezco su comprensión que, no hace falta decir, será recompensada a la brevedad posible."

Asterix y la Burocracia

lunes, 28 de enero de 2008

CAOS EN LA CIUDAD II

Sobre el metrobus sabía muy poco. De oídas me había enterado que costaba más caro que los micros y el metro; que para entrar se necesitaba una tarjeta que forzosamente había que pagar con cambio; que se llenaba mucho y que no era tan lento, pero aún con eso, el metrobus seguía siendo un enigma para mí.
Lo primero que vi era una fila que salía por mucho de la casita esa donde es la parada. La fila partía de una maquina como esas que cobran en los estacionamientos de las plazas comerciales, y la gente se veía ansiosa y descontenta (me figuro que por el inconveniente y el retraso causado por el metro). Sumisamente me formé sin tener ni idea de cómo funcionaba la cosa. Llena de temor veía avanzar la fila, a cada paso las máquinas del fondo crecían y tomaban un aspecto cada vez más parecido al de las máquinas de tortura usadas en los tiempos de la inquisición, y producían un alternante sonido metálico como el de mandíbulas que se cierran y se abren. De repente, justo cuando el temor empezaba a hacer escurrir gotas de sudor por mi frente, la voz entusiasta de una mujer me distrajo, - ¡Enfrente hay otra máquina para recargar tarjetas, corran está vacía!!, anunció mientras movía alegremente su brazo que señalaba hacia afuera. El brillo de sus ojos delataban sus deseos de causar un alboroto de felicidad entre los oyentes, pero en cambio, no recibió sino miradas de extrañamiento; incrédula la mujer, se dirigió a un hombre dos personas delante de mí, -ande vaya, no hay nadie allá.
-pues sí, pero yo ya estoy formado, contestó el hombre levantando las cejas y señalando la fila como alguien a quien se hace repetir algo obvio.
Supongo que fue este último gesto el que terminó de convencer a la señora de que perdía su tiempo al proponer el producto de su ingenio a esa multitud sin mayores aspiraciones, por lo que se fue molesta, no sin antes prodigarnos una mirada de desprecio.
Regresé a mis tribulaciones, necesitaba encontrar una solución rápida. Adelante de mí estaba un joven cuya desproporción delataba su adolescencia, su cabeza era grande y era extremadamente delgado, estaba lleno de pecas y su mirada denotaba cierta falta de habilidad mental. Volteó hacia atrás para ver la fila, pero al verme se detuvo y fijo sus ojos bien abiertos en mí, intenté devolverle la mirada mas se volvió nervioso. Pude notar que entre sus manos sostenía una tarjeta, entonces pensé en proponerle pagar mi viaje usando su tarjeta. La idea sonaba muy bien, aunque... tal vez a él no le parecería... empero... si le sonreía tal vez aceptaría nervioso.
Estiré mi mano para tocar su hombro cuando una jovencita rubia se me adelantó, le jaló del brazo mientras lo llamaba por su nombre. -El metro se descompuso, dijo ella (ja, como si no lo supiéramos), luego intercambiaron un par de frases sobre lo retrasados que iban que me parecieron por demás aburridas, lo relevante sucedió cuando ella dijo -"yo tengo tarjeta, vámonos"...¡NOOOOO!, mi última esperanza se iba colgado del brazo de una quinceañera.
Entonces me dí cuenta que estaba a tan solo dos personas de enfrentarme a las máquinas. Traté de leer las instrucciones pero se veían más confusas que la Crítica de la razón pura : Meta dinero en C, inserte tarjeta en A (¿qué tarjeta?), reciba en B. ¡Oh por Dios!
Mis manos sudaban, especialmente cuando leí el gran letrero rojo que cumplía con la profecía que me temía: "ESTA MÁQUINA NO DA CAMBIO". Traté de tranquilizarme y con manos temblorosas busqué en mi cartera, adiós comida, mi único billete sería tragado por esa maldita máquina. No me quedaba más que aludir al único consuelo de los cristianos: la resignación.
Llegó mi turno. Estoicamente introduje mi billete en C, luego recibí en B y traté de meter en C, o era en A, no sé, algo no andaba bien, ¡la máquina rechazaba mi tarjeta!
Intentaba aparentar que sabía lo que hacía mientras ocultaba el pánico de mi rostro, pasé la manga de mi suéter discretamente para secar el sudor de mi frente y bajé la mirada para tapar mis ojos desorbitados. De reojo alcancé a distinguir los primeros movimientos de ansiedad que se daban en la fila: una que otra cabeza asomaba para investigar el motivo del retraso.
Trataba de conservar la situación dignamente con la cabeza bien en alto, cuando el hombre que me seguía en la fila, ocultando su molestia tras una forzada sonrisa me dijo que ya no necesitaba meterla más, recelosa pregunté: "¿sí?, es que ahí dice..", pero el hombre insistió (más por su prisa que por otra cosa). A su sugerencia no tardó en unirse una señora regordeta y otra flacucha de atrás. Intenté mostrarles el señalamiento que indicaba que metiera la tarjeta para activarla, pero fue en vano, no hacían más que mover la cabeza negativamente, entonces entendí: estaban hechandóme. Vencida cedí mi lugar, y sorpresivamente escuché un débil gracias que provenía de mi boca sin mi consentimiento ¡todo por sus malditas amabilidades!

domingo, 27 de enero de 2008

Casa tomada

Gracias.

La idea de escribir en un blog había rondando mi cabeza desde hace al menos seis meses, pero no era lo único que la rondaba. Durante todo ese tiempo imaginaba una y otra vez el momento en que encontraría el primer comentario en alguno de mis posts y fue definitivamente esta imagen la que retrasó el proyecto blog por tanto tiempo.
Me veía encontrando una luz parpadeante que indicaba la existencia del comentario, entonces al hacer click sobre él, una pantalla roja con grandes letras negras se apoderaba de toda mi vista y aparecía el mensaje: "JA,JA,JA" ; finalmente, en el centro de mi monitor aparecía una grieta que se ampliaba hasta convertirse en una gran boca con afilados dientes repitiendo el mensaje con fuerte y grave voz, matando todos los sonidos a mi alrededor.
Ese momento acaba de llegar, acabo de encontrar el primer comentario en este blog y aunque debo decir que fue una experiencia extraña, no se pareció en nada a lo que había imaginado.
Ha sido como llegar a casa y encontrar un jarrón donde no lo has puesto o una rosa sobre la cama; ha sido como encontrar en tu cuaderno una pinta que no has escrito; o como ver a tu novio vistiendo una camisa que no le has regalado. Ha sido una mezcla de miedo y sorpresa ; de frío y calor ; de invasión y bienvenida.
Me ha hecho recordar que este espacio es y no es mío; que lo que se ve en él no son letras, sino el personaje que me creo bailando en un espacio abierto; que efectivamente lo que se lee no es a él, es a mí.
Estoy expuesta a millones de miradas desconocidas, estoy desnuda y vulnerable. Establezco un contacto muy íntimo sin siquiera verlos o tocarlos; me leen y los leo; me examinan cada centímetro sin siquiera estar cerca y me conocen sin conocerme.
A partir de ahora mi esperanza de que este blog permanecería apartado de todo, inencontrable y seguro ha muerto; ahora los tendré presentes sin saber sus nombres; ahora ustedes existirán sin existir, me importarán sin importarme y los pensaré sin pensarlos. Ya no hay vuelta atrás, ahora son parte inalienable de este espacio.

jueves, 24 de enero de 2008

CAOS EN LA CIUDAD

Hace un par de días las líneas uno, dos y tres del metro de la Ciudad de México tuvieron una falla en el suministro de energía que provocó su salida de circulación por alrededor de una hora y media, convirtiendo la vida de los capitalinos en un verdadero caos.
Debo decir que yo fui una de las damnificadas de esta catástrofe y aún sigo tratando de recuperarme.
Todo comenzó cuando, como de costumbre, salí de mi trabajo a las 12:30 en punto. Llevaba gran apuración, pues en casa me esperaba mi pobre perro sin croquetas y en ayuno. Caminé y tomé el micro que sigue por toda la avenida Reforma (que nuestro amable gobierno capitalino se ha empeñado en embellecer) y llegué a la estación del metro Hidalgo. La gente que se arremolinaba fuera no sirvió para prevenirme de lo que se avecinaba, y sin mayor recato seguí mi camino. Me dirigí a las escaleras que conducen a los andenes y comencé a bajarlas, a cada paso la verdad se me reveló: el pasillo estaba ocupado por una oscuridad total. Me detuve y pude ver cómo la gente formaba equipos para cruzar heroicamente el obstáculo, yo por mi parte recordé a los habitantes regulares de ahí y pensé que aprovechando la oscuridad podrían haber abandonado su habitual sueño y decidirse por desarrollar alguna actividad un poco más redituable, así que preferí renunciar a esa pequeña dosis de heroismo y buscar otra entrada.
Ingenuamente atravecé la calle, pero las otras entradas se encontraban igual, sin chispa de luz. Aprovechaba la bajada para convencerme de que sería capaz de olvidar la claustrofobia que me causan los lugares oscuros y que prodría arreglármelas para proteger "mis cositas" de abusivos oportunistas, cuando de repente la lógica implacable de una mujer que hablaba con quien presumo era su hija, me detuvo: -"Pues si no hay luz, no hay metro"- le dijo. Pensé unos segundos en sus sabias palabras y entendí mi necedad.
El aire de la superficie me volvió a la realidad y sufrí un severo ataque de pánico, ¡¿cómo me iría?!
Una lista rápida de opciones desfiló por mi cabeza: Dr. Vertiz, mucha vuelta; Eje Central, mucha gente y malos olores; Tlalpan, ¿cómo llego? Repentinamente, una suave música celestial me distrajo, al mismo tiempo que un rayo de luz iluminó un señalamiento que decía: "Insurgentes, derecho". "¡Claro, el metrobus!"
Decidida dí vuelta y tropecé con una joven que decía por su celular: "Oye, estamos en metro Hidalgo y el metro no sirve ¿cómo nos vamos a CU?" Escuché dentro de mí una risita sarcástica y con cierta malicia pensé: "¡já! yo no necesito de ningún hombre ( seguro con quién hablaba era un hombre) para que me diga cómo llegar a ningún lado. Me he perdido la cantidad de veces necesarias como para no preguntar a nadie (de cualquier manera al único que podría haberle preguntado está ya muy lejos)!" Así, hinchada de orgullo apresuré mi paso para llegar a Insurgentes lo más pronto posible mientras recordaba feliz cada una de las ocasiones en que había demostrado a algún pretensioso, mi superioridad en el conocimiento de la ciudad.
Desafortunadamente, no había sido la única en tener esa idea, Insurgentes estaba atiborrado de gente que quería llegar la metrobus y tuve que pegar unos cuantos empujones para abrirme paso.
Una vez que pude llegar al susodicho, pensé que las desventuras llegaban a su fin, ¡qué gran error!, si apenas empezaban.

CONTINUARÁ.....

the wasteland

De "El Maleficio" de Hermann Broch.

"El ritmo del trabajo es un buen amo de los hombres; los libera de tener que elegir y de una libertad que no les sirve para nada. Ah, ya no tienen más tiempo para tomar desiciones; más y más rápido se les escapa la vida y ellos quedan como paralizados por la prisa con la que aquélla huye."
Un día despertó, miró a su alrededor.....nadie.
La ocaso llenaba su cuarto y pintaba los muebles color ocre. El aplastante espacio oprimía su cuerpo. Recargado sobre su brazo se dio cuenta que lo único que alcanzaba a distinguirse, lo único que le acompañaba era ese gran hoyo negro en su pecho.
Qué ironía, aquel al que siempre había culpado del dolor agudo que aparecía con cada uno de sus fracasos, con cada pena, con cada rechazo, ahora era el único que se encontraba con él. Es más, se dio cuenta de que en realidad nadie entendía esos dolores, esos momentos, que nadie los había vivido con él y a la larga todos habían desaparecido; todos excepto él, su hoyo, su acompañante eterno, su sino.

jueves, 17 de enero de 2008

Draughts of oblivion shall quench my agitation (The waves, Virginia Woolf)

Se dice (o al menos así dice el Diccionario de la Real Academia Española) que viejo es una persona de edad, pero si la vejez solo fuera acumulación de años, entonces los viejos serían niños llenos de arrugas y nada más. Lo que realmente separa al viejo del niño y del joven que fue ( y de esto no habla la Real Academia), es el árbol que le ha crecido dentro. Sí, así es, en el interior de cada hombre, de cada mujer, crece día a día, amenazante, un gran árbol: el árbol de la melancolía.
La semilla de éste, irónicamente, se siembra en la época más feliz de la vida, solo en esa, solo la primera, esa en que todo era calmo, seguro, feliz y eterno. Mientras ésta dura la semilla va gestándose, formándose de los más pequeños y relucientes momentos y solo estará completa cuando la vida cambie (cosa que seguro pasará porque siempre cambia) y esa época termine, pues su último y más importante componente es el fin de la inocencia, el encuentro con la finitud.
La semilla aparece como una perla brillante y perfecta. Primero se le cuida y atesora como lo más preciado en la vida, se saca de vez en cuando, se le acaricia y se le da una pulidita para embellecerle un poquitín más, luego se le encuentra un buen nicho, debe ser muy calientito y con alto grado de humedad, por supuesto, normalmente es el corazón. Se le riega con decepciones y la varita que lo sostiene es la idealización.
Conforme las decepciones se acumulan con el paso de los años (cosa que forzosamente sucede), el arbolito va creciendo, sus hojitas van llenando los espacios que la esperanza y la fé van dejando, sus ramitas picotean poco a poco a la inocencia hasta hacerla desconfiada y retraída para que con el tiempo ésta se vaya a otro lado. Y no sólo se hace más grande sino, lo más importante, se hace cada vez más hermoso pues los fracasos y tristezas son sus fertilizantes.
El último lugar al que llega son los sentidos, pero cuando los ha alcanzado todo está perdido. Los cubre con su follaje y entonces todo el mundo se percibe a través de éste: el verdor de sus hojas opaca los colores; su olor añejo atrofia la nariz impidiéndole distinguir cualquier otro olor; su corteza cubre a la piel y al gusto, haciéndolos cada vez menos sensibles, menos alertas; y debido a la incocencia que ha sacado, las palabras dejan de hacer eco en los oídos, se vuelven solo sonidos huecos.
Es entonces, y solo entonces, que la vejez nos ha alcanzado y entonces no hay manera de volver atrás (nótese que los años no son un factor determinante, pues hay arbolitos muy precoces y otros que jamás alcanzan su madurez).

miércoles, 16 de enero de 2008

Vivir es un sueño que cuesta la vida.

Yo no sé en que momento mi vida se volvió una aglomeración de sueños y ambiciones pasadas. Yo no sé en que momento todo lo postergado se puso de acuerdo para posarse sobre mis hombros, con sus pequeñas patitas puntiagudas clavadas justo al pie de mi cuello. Y lo que es peor no sé en que momento todas mis ilusiones, las presentes, las pasadas y las futuras se volvieron clavos debajo del colchón.

lunes, 14 de enero de 2008




Te miro fijamente,
quiero grabar tu imagen en mis ojos,
no perder ningún detalle de tu rostro,
quiero detener este segundo eternamente
y creer que mi memoria puede mantenerte así por siempre,
inmutable, intocable.
Pero no puedo,
ya ahora que sigo mirándote,
tus ojos se confunden con otros ojos,
el color de tu pelo se desvanece
y aparecen en él todos los demás que he acariciado,
el momento mismo se mezcla y se confunde,
no es ahora, no es antes, es siempre.
Es esa que soy yo y siempre he sido,
es eso que vivo y he vivido.
En un segundo te conviertes en todo lo que he amado,
en todo eso que he intentado guardar en mi memoria
y como tú ahora, se ha desvanecido.
Mi vida se reduce a un instante;
mis amantes son uno solo;
mis casas, una casa;
Perdóname, no puedo retenerte,
como todo estás destinado a perderte en mi memoria,
a no ser un recuerdo fijo ni una imagen clara,
sino todo y nada a la vez.




domingo, 13 de enero de 2008

De porqué el pez más grande se come al pequeño y quién tiene la culpa, el grande por fuerte o el pequeño por dejarse.

Las relaciones humanas están regidas por el deseo irrefrenable de devorar, engullir al otro. De modo tal, que al introducirlo por la boca, masticarle, tragarle, deshacerle con el áido del
estómago y digerirle, pase a formar parte inhaderible de nuestro ser.
Hay que tomar en cuenta que una de las características de la digestión,es la evacuación de residuos inservibles, y en algún momento alguien debe estar dispuesto a dejarse desechar esas pequeñas partecitas que estorban para la correcta finalización del proceso.
Y ¿qué hacer para convencerse de no dejarse desanimar por esas bagatelas, ¡qué más da! ¿No dice la Biblia que si el grano de trigo no muere sólo quedará? El problema es decidir quién engulle a quién y qué se deja ir en el camino.

No, si así como nos creemos de evolucionaditos y aún con todas las cortesías y diplomacias que nos inventamos, nuestras relaciones, al final de cuentas, se reducen a hacer o dejarse hacer mierda, perdón, materia fecal (para no faltar a las reglas de diplomacia)