jueves, 15 de enero de 2009

Cobija rosa

El pavimento estaba mojado, el cielo, aún negro, cubierto de nubes y el viento húmedo, cargado de recuerdos. Un día más el transporte, la gente caminando a pasos largos y absortos, el ruido sordo de la ciudad con prisa. En días así no queda más que fijar la vista en el suelo y dejarse envolver por la melancolía.
De pronto mis pasos se vuelven lentos; el tiempo se subleva y se niega a seguir su ritmo acostumbrado. Toma vida, no depende del reloj ni del la lógica, se vuelve un ente, tan tangible que me escupe. Se adelanta con su paso apurado y no puedo alcanzarlo por más que acelere, mi cuerpo se vuelve pesado, me duele del esfuerzo; los sonidos suenan rápidos, inquietantes y me asustan, me asustan tanto. Suenan tan fuerte que se conbinan, se empastan, se convierten en uno solo, son tantos y a las vez no son ninguno, son el único, el sonido del vacío. El tiempo oprime mi pecho y siento que caigo, veo un espacio infinito y caigo, todo se aleja... no queda nada, solo el sonido, el vacío.

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