jueves, 17 de septiembre de 2009

Un día decidió no moverse más, quedarse acostado no sonaba mal, al menos era mucho mejor que levantarse, bañarse, ir al trabajo, pasar las tardes viendo la luz desvanecerse junto al sonido de la tele. Hacía tiempo que la comida tenía un cierto gusto a cartón (cosa de los transgénicos seguramente), así que no la extranaría mucho; pero al agua, al agua sí... habría que hacerse de una gran pila de agua y una manguera antes de comenzar con la gran empresa...
Al día siguiente faltó a su trabajo, no contestó el teléfono - no dejo de sonar hasta las diez de la mañana cuando su jefe se aceptó tristemente que no tendría más remedio que hacer lo que oficialmente no le correspondía.
10:30, se levantó animoso, ¿porqué no? era la última vez que se exigiría tan penosa faena; es más, hasta sintió un leve placer al tocar el piso con los pies descalzos. El baño lo postergó para la noche, después de todo, había que procurar algo de higiene para su descanso.
En el mercado se encontró dicharachero y sonriente - la señora de la jarciería pensó que estaba borracho-. Se preparó una última cena, sus platillos favoritos, pero igual la comida no coolaboró y tuvo que tirarla prácticamente sin tocarla, no importaba, de cualquier forma no tenía hambre como desde hacía varios meses, de hecho le alegró mucho pensar que esa sería la última vez que tendría que sentir comida en su boca.
Antes de acostarse tomó un largo baño con agua caliente, llamó al par de amigos que aún conservaba, besó una foto de su madre y tras disponer su fuente de agua se fue a la cama.
Lamentó no sentir un último abrazo, no poder hacer el amor, no volver a leer un buen libro (se consoló pensando en lo mucho que hacía desde la última vez que logró concentrarse con algo); también lamentó todos sus sueños perdidos, pero bueno ahora tendría muchos otros, de eso se trataba todo ¿no?
Escuchó el silencio, sintió la paz que tanto había buscado y cerró los ojos.

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Le encontrarón un año después, las constantes quejas de la vecina de arriba convencieron a la casera de abrir el departamento, decía que su piso estaba lleno de humedad y habían empezado a brotar retoños de una hierba en su alfombra, aseguraba que era cosa del diablo "ya ve como es ese muchacho, si yo siempre supe que era raro, seguro está cosechando marihuana o algo". Tanto habló de ello que todos los vecinos se reunieron para averiguar que pasaba - alguno que otro quería ver si había manera de robarse algún retoñito de su planta-.
Seguía acostado en su cama con una gran sonrisa, de la pila de agua salía una enorme enredadera que cubría todo el cuarto y desprendía un fresco olor a menta.

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