martes, 3 de marzo de 2009

" En cuanto a las restricciones que afectan a determinadas clases de la sociedad, nos topamos con unas constelaciones muy visibles, que por otra parte nunca han sido desconocidas. Cabe esperar que estas clases relegadas envidien a los privilegiados sus prerrogativas y lo hagan todo parar librarse de su "plus" de privación. Donde esto no es posible, se consolidará cierto grado permanente de descontento dentro de esa cultura , que puede llevar a peligrosas rebeliones. Pero si una cultura no ha podido evitar que la satisfacción de cierto número de sus miembros tenga por premisa la opresión de otros, acaso de la mayoría, es comprensible que los oprimidos desarrollen una intensa hostilidad hacia esa cultura que ellos posibilitan mediante su trabajo, pero de cuyos biens participan en medida sumamente escasa."

Sigmund Freud. El porvenir de una ilusión.

Pues toda esta cita para justificar intelectualmente que siento mucha envidia de aquellos que tienen todo eso que yo quisiera tener y no tengo, sobre todo de las privaciones que ultimamente paso tan seguido.

Ahora sí que estoy verde de envidia.

1 comentario:

Unknown dijo...

Medio comido, con sed, calor y bañado en mi sudor por ese verde calor que siente en la selva.; caminaba luchando por abrirme paso por entre la vegetación. De pronto una vereda, ahí... perdida como no haciendo nada, en medio de ese paraje que vio fluir tanta sangre durante la época de guerrilla en Guatemala. La sigo nomas para ver si llevaba a algún lugar. Para mi mala suerte se empina como queriendo llegar a la cima del cerrito donde me encuentro. Resignado continuo alzando los pies.. ¿pero quien me manda a meterme en esto? pienso.En la cima una casa humilde como todas las de esa región, pero no por humilde pobre, que la pobreza es cosa de uno, no de la casa. Me detengo solo un instante para disfrutar el viento que llega del Oeste, cuando un hombre más humilde que su casa, pero menos pobre aún se asoma por la puerta. Me ve solo unos segundos con bastante asombro, luego regresa al interior de la casa. Como se que acá quizás sea yo el primer viajero que vea ese hombre, no me sorprende su reacción y me decido a continuar para no importunar con mi no pedida presencia ahí. A penas había terminado de convencer a mis pies de moverse, cuando sin darme oportunidad de comenzar el movimiento, el hombre salio apresurado de la casa con todo prisa para alcanzarme. Se detiene a un paso de mi, indígena a toda luz. Me sonríe con esa sonrisa que que los pobres hemos perdido y dice algo en su lengua, que no logro entender pero que se fue un saludo. En la mano que se alarga haca mi, una taza con potzol. Su desayuno, comida y cena, todo ahi, en esa pequeña taza que sin razón alguna me es ofrecida. La comida más rica que he probado.

Ese día entendí que no somos pobres cuando ya no tenemos nada, somos pobres cuando ya no tenemos nada que compartir.

Para mi, ese hombre fue en ese momento el ser más rico del mundo, pues me compartió todo lo que tenia.