martes, 22 de julio de 2008

Las palabras en nuestra época (bueno, en realidad no sé si en las demás también) son demasiado sobrevaloradas, es más, hasta se llega a creer que si se tiene acceso al lenguaje entonces se puede todo.
Entonces me encuentro un día con que te amo, y voy y te lo digo, y ¿de qué sirve que te lo diga si igual no vas a saberlo? Puedes imaginar lo que siento, compararlo a lo que sientes o has sentido, pero jámás podrás saber lo que yo siento ni yo lo que tu sientes. Jamás sentirás la voluptuosidad que siento en mi pecho, ni la angustia que me ataca cuando veo que cruzas la puerta, la alegría cuando escucho que llegas, ni mis ansias por abrazarte fuerte fuerte hasta incorporarme en tus sistema sanguíneo, y mucho menos sentirás mi desesperación cuando veo que las palabras pueden decirlo.
Entonces me doy cuenta, me doy cuenta de nuevo, que estar enamorado no es más que la soledad que se burla en nuestra cara, sí, esa ineludible soledad que nos persigue a todos, esa que nos acompaña hasta la muerte y hace bromas como el lenguaje para que creamos que no estamos solos y aparece al final para reirse y recordarnos que no importa lo que hagamos estamos encerrados dentro de este cuerpo en el que hay cupo para uno solo.

1 comentario:

Manuel Sánchez. dijo...

Ujules pos ahora como que no estoy nada de acuerdo contigo. Creo que justamente lo genial radica en eso, en el hecho de que jamás las palabras alcanzarán, en que jamás se podrá acceder del todo a la otra persona... no sé, quizá es como cuando te das cuenta que nunca sabrás qué carajo quiso decir o no decir un autor que nos mueve tanto y que, a pesar de saber esa distancia, no nos deja ni un momento de producir sensaciones... quizá el error es pensar que esas cosas llegan por la razón y no por la simple sensación..
Y bueno, ya ando por acá de nuevo a ver cuándo podemos charlar.

Saludos...