Es extraño como hay veces en que alguien o algo puede dejar una marca profunda en alguien más con su sola existencia, con una palabra, con una mirada.
Así fue Gurru conmigo, lo ví pocas veces, pero esas veces bastaron para que lo recuerde para siempre y me duela cada que piense en él. Sólo una vez estuvo en mis brazos, sin embargo pude conocerlo mejor que a otros que han estado decenas, su entrega fue total. No hicieron falta las palabras, por eso no hubo halagos ni mentiras entre nosotros, no hubieron esos malentendidos que siempre vienen junto al lenguaje; sólo verdad, lo indecible, sus ojos frente a los míos; su impotencia frente a la mía; su vulnerabilidad frente a la mía.
No quise verle más, acercármele más, era tanto que era insoportable -de ese insoportable con que describe Canetti a El Rey Lear - . No pude y ahora me arrepiento, no tengo ni una foto, tengo pocos recuerdos y muchas ganas de hacer algo por él, hacerle saber que alguien le recuerda como yo le recuerdo, que alguien le quiso como yo le quise.
En fin, ahora no me queda nada más que el odio contra la gallina gorda tonta que lo mató junto con las ganas de patearla y urgencia por llamarlo a un lugar donde tal vez ya no puede escucharme.
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